Ella dice que no vive en una finca sino en una mansión. La mansión se llama San Diego. Está ubicada en la vereda La Argentina en Mesetas, en el sur del Meta, región donde opera el proyecto Mascapaz, financiado por la Unión Europea a través del Fondo Europeo para la Paz.

Dice que son doce hectáreas y media donde siembra maracuyá, tiene un par de cerdos y una que otra vaca, pero que cuando la compró no era más que un potrero abierto. Era 2015 y tuvo que empezar de cero. Ella se llama Yaneth Reina, nos invita y nos dice “sigan a mi oficina principal” y lo que vemos son ollas brillantes y pulidas, un fogón de leña. Es impresionante verla dar órdenes por doquier: “prendan el molino eléctrico”, “traigan unos limones”. Y mientras los exprime, nos cuenta:

“Mire, esas son las ventajas de vivir en el campo. Usted tiene sed y coge un pedazo de panela y trae unos limones y listo. ¿Ir a comprar un limón? Eso es muy triste. A mí eso me parece una tragedia. Yo me siento muy orgullosa de ser campesina y no es una carga trabajar en la casa y en el campo. Yo soy la que coordina la finca. Ellos me preguntan ¿qué hacemos hoy? Yo les digo y lo hacemos”.

Reina nos saca de su oficina a recorrer la mansión: pasea el cultivo de maracuyá, la cochera donde hay una cerda y siete crías, un par de vacas lecheras a lo lejos, los corrales con unos treinta pollos que chillan y luego se detiene junto a un  estanque y dice que eso antes eran dos pozos pequeños, pero que hace poco contrató una máquina para que lo dejara así: “un estanque: listo para traer las cachamas” las que le entregará del proyecto productivo Mascapaz, del Fondo Europeo para la Paz.

“Mi sueño es vivir en un lugar que produzca, que las necesidades que tuvimos y aún tenemos se superen con los mismos recursos de la tierra. Donde mis hijos puedan superarse. Yo quisiera que mi hija trabajara en su propia finca desde su profesión, porque yo se lo digo y se lo repito: trabajar en el campo es un privilegio”.

Reina es una mujer en paz. Si hablamos de guerra se le pone un nudo en la garganta que no la deja hablar mucho. Le brillan los ojos y nos dice que la guerra agobia, atemoriza, que ella perdió familiares y amigos. Que sabe que hay mucha gente diciendo que la paz es una mentira, pero es porque nunca han estado ahí en la mitad de la ráfaga de los fusiles o con la zozobra de pisar una mina. Ella dice: “La guerra nos quitó muchas cosas y aquí estamos tratando de recuperarlas”.